Por Raquel Ortíz vía VIX
Nadie te dice como una bolita de pelos cambia tu vida 180º en el primer instante que cruza el umbral de tu puerta. No te advierten que de ahora en adelante experimentarás una explosiva y amorosa bienvenida cada vez que entres a casa. Ni te explican cómo un animalito peludo se convierte en tu familia y te roba el corazón. Y definitivamente, ninguna persona te dice lo difícil que es perder a tu perrito.
El amor y la alegría que una mascota trae a tu vida realmente no tiene explicación lógica, si tuviera que definirlo diría que es magia pura. Llegan con sus patitas resonando en el piso y su colita vuelta loca de un lado a otro. Despiertan en tu corazón una parte que tal vez nunca antes habías sentido.
Justo ese espacio de tu ser rebosa de alegría cada vez que lo ves, lo cargas, lo sacas a pasear, le avientas la pelota, lo llamas por sus mil apodos, se destroza por completo cuando de un momento a otro tu cómplice peludo deja de estar contigo.
En menos de un año tuve que despedirme de mis dos y más fieles compañeros de vida, Toto y Capri: un french poodle con unas patitas cortas que lo hacían lucir muy adorable y una schnauzer con un pestañón y unos ojos tan profundos que simplemente te hipnotizaba con su mirada.
Durante más de media vida, ambos peluditos me brindaron un amor y una felicidad súper genuina. En verdad, cuando lo piensas, parece que los perritos son seres de amor que simplemente existen para hacer este mundo mejor, y justo estos dos hicieron mi vida algo excepcional.
No obstante, por más que nos gustaría que los perritos fueran eternos, no lo son. Nadie me preparó para ver a la más chiquita, Capri, desvanecerse poco a poco ante la vida.
Su emoción y ladridos siempre creaban un eco en esta casa, su casa. No había mejor bienvenida que la que ella daba. Ladridos, vueltas, brincos y a veces un poco de pipí si la ‘loquis’ sentía que mi ausencia había sido muy larga.
Todavía no entiendo cómo pasó todo. Sus brincos empezaron a reducirse y de la nada comenzó a cojear. Un veterinario. Dos veterinarios. Análisis de sangre y estudios de todo. «Está bien. Todo bien. No hay razón para que cojee». Tres.. cuatro veterinarios. Radiografías, terapia y más estudios. «Aparentemente no tiene nada».
Ante esto, uno le habla con amor y le intenta explicar lo que está pasando, pero al mismo tiempo sientes una terrible incertidumbre porque no tienes idea de lo que tu perrito está pensando y sufriendo realmente, sólo sus ojitos te dan vistazos de su sufrimiento.
No existe una palabra para definir el dolor que da ver a tu mascota enferma y, a pesar que lo intentaste todo, llegaste a un punto donde no puedes hacer nada para solucionarlo. Lo único que queda es darle todo el amor del mundo, apapacharla lo más que puedas y no permitir que sufra.
El día más temido llegó cuando vimos sus ojos y notamos que la enfermad había triunfado. No hay forma para explicar lo que uno siente cuando carga y siente por última vez el cuerpecito peludo de tu mejor amigo.
En ese momento, aun con todo el dolor que tu perrito pueda sentir, te regala un último instante, el cual sabes en el corazón que es sólo de ustedes dos. En mi caso, fue una última mirada de amor de mi chiquita.
Perder a un perrito te hace sentir un vacío constante. Te sorprendes a ti mismo cuando sin querer llamas su nombre y no tienes respuesta. Cuando abres la puerta de tu casa y ya no sientes los fuegos artificiales de sus ladridos. Cuando sus patitas ya no hacen “tap, tap” en el piso. Cuando volteas a donde le gustaba acostarse y no está, ya sólo hay ausencia.
Por un momento, tuvimos el temor de que la partida de Capri nos arrebatara también a Toto. Si tienes la fortuna de tener dos o más perritos, sabes que ellos también sufren estás pérdidas.
No obstante, el gordito –otro de sus apodos– a pesar de ya tener una edad avanzada, estuvo al pie del cañón durante varios meses. A diferencia de Capri, él no sufrió ningún tipo de enfermedad grave, simplemente los años comenzaron a cobrar factura.
Sus ojitos con nube, el tiempo que ahora le tomaba subir las escaleras, las horas que pasaba acostado en vez de estar activo como antes, anunciaban que su vitalidad se estaba perdiendo. Los achaques de viejito estaban al orden del día. Aunque eso sí, su amor por la comida siempre presente. Sin importar su cansancio, siempre resonaba su platito de comida para anunciarnos que ya le tocaban sus croquetas.
Puede que la edad amenace, pero las mascotas siempre tienen algo que los identifica en tu vida y eso, a pesar de los años, permanece.
Al final, una emergencia médica de perro viejito nos quitó el sueño una noche y se coronó como el principio del fin, que realmente sólo duró un par de horas. A medio día y con el corazón destrozado me despedí de mi último perrito.
Él nunca disfrutó mucho que lo cargara como bebé, pero en nuestro último momento juntos me permitió hacerlo y así me despedí de él.
El duelo que sigue después de su partida es doloroso, angustiante y te destroza cada vez que recuerdas cómo su emoción, brincos y energía llenaban tu casa y corazón.
No obstante, te queda todo el amor y las experiencias que viviste junto a tus perritos y eso, nadie te dice que vivirá por siempre en ti. Tu perrito tal vez no es eterno en vida, pero en tu corazón sí.